José Bechara juega con los desórdenes y los márgenes hasta llegar a un interesante estado de suspensión. De mirada eminentemente pictórica, es cierto que esa condición se da a partir de una suerte de conexión espacial, de diálogo con el contexto que le rodea. En sus instalaciones escultóricas, trabaja con el peso, con la escala, con el equilibrio y con las estructuras, aunque en sus trabajos más recientes -ya sea en piezas de gran tamaño o de pequeña escala- ha introducido la gravedad y la ligereza, características que ya estaban latentes pero resultaban más invisibles. Esa suerte de azar desobediente caracteriza también sus pinturas, máxime en las que realiza un proceso de oxidación que nos conduce a la abstracción. A partir de una serie de capas de acero de diferente espesor que sella sin pincel para posteriormente mojarlas, deja que el tiempo cobre protagonismo y actúe. Así, se constituyen los matices, los gestos que tornan artístico el proceso. Es por tanto la pintura un lugar para la agresión, un gesto de tiempo —como cuando reutiliza superficies de cuero blanco procedente de pieles de vacas o bueyes que descubren una textura capaz de registrar el paso del tiempo a partir de la vida llena de marcas de estos animales a modo de proyección pictórica—, una transformación. Esas tensiones entre líneas, fuerzas y vacíos dominan también sus dibujos, de una gran presencia física al tiempo que de aspecto inacabado, abrazando el carácter de manualidad que lo aleja,paradójicamente, de su herencia minimalista.