A Ana Barriga le interesan los diálogos entre las figuras. Casi siempre es una relación inquieta, tensa, abierta. Como en el barroco, todo se extrema. En su polifonía, los objetos se semejan en lo discontinuo, algo así como aquello que Severo Sarduy definió como retombée, cuando lo distante, lo que interfiere, puede revelarse análogo e incluso funcionar como doble. La pintura de Ana Barriga habita en esa indecibilidad propia de la poesía, en el enigma de sus objetos, en el entrevés de sus figuras. Se sitúa así en línea con aquello que decía Artaud de que la verdad de la vida está en la impulsividad de la materia. En Ana Barriga la pintura es una suerte de fiesta salvaje, en muchos casos erótica, transgresora, siempre cerca de la profanación. Esas premisas están presentes también en su forma de pintar con spray y conceptualmente con la elección y distorsión de sus motivos. Porque su pintura evoca lo barroco, pero no es una pintura oscura, porque dominan los brillos, los colores, la luz. Lo erótico no se esconde en la tiniebla y se muestra en el primer plano de lo profanado. Los colores se golpean entre sí y las relaciones abrazan la contradicción. La sensación se pone al servicio de la vibración y la artista convoca el placer de la distorsión.